viernes, 25 de septiembre de 2015

Cuentos ganadores del 5to. Concurso Internacional PUEROS IN HIBERNA

Obras ganadores del 5to. Concurso Internacional de Cuentos 
PUEROS IN HIBERNA
(Una familia feliz)

F E L I C I T A C I O N E S
 

                                                                 
1er. lugar
UNA FELIZ REUNIÒN FAMILIAR



Érase una vez una familia compuesta por el padre, la madre y la hija de trece años. El nombre del padre era Jorge, el de la madre Carmen y el de la hija Marisela. Tenían por costumbre reunirse todas las tardes en la sala y conversar mientras miraban fotografías de la familia. Vivían en una casa muy grande y muy bella, con muebles de madera que tenían muchos cajones. Entre todos ellos había uno que nunca se podía abrir, porque la llave estaba muy bien escondida. A Marisela siempre le llamó mucho la atención ese cajón, pero nunca se atrevió a buscar la llave por temor a que sus padres la descubrieran y se enojaran con ella.
Un día, mientras ordenaba la ropa, decidió que intentaría encontrarla sin que sus papás se enteraran. Buscó y rebuscó por todos lados, pero no pudo hallarla, así que, aunque nunca se había animado a preguntarle a sus padres por el misterioso cajón, decidió que esa misma tarde les pediría una explicación al respecto.
Como de costumbre, se reunieron en la sala a conversar, pero esta vez, la joven interpeló a Jorge y Carmen antes de comenzar a ver las fotos.
-Hay un cajón que nunca abrimos. ¿Tiene cosas muy valiosas que no se pueden ver?-preguntó tímidamente.
Jorge y Carmen se quedaron mudos por un momento y se miraron fijamente.
-Yo creo que a esta altura podrás comprenderlo mejor-respondió con serenidad Carmen.
-También yo lo creo-dijo Jorge.
-¿Qué hay adentro del cajón? ¿Se puede ver?-preguntó ansiosa la joven.
El padre se levantó de la silla y tomó la mano de Marisela. Mientras los dos iban a la habitación donde se encontraba la enigmática gaveta, la madre buscó la llave. Cuando llegó a la recámara, Carmen abrió el cajón y ante la sorpresa de la joven, sacó unas hermosas fotografías enmarcadas en oro y plata.
-Es tu abuelo, el padre de tu mamá-le respondió Jorge con calidez.
-Nunca te atreviste a preguntarnos, por eso jamás lo comentamos-dijo Carmen.
-¿Y por qué estaba tan escondido todo?-preguntó con suma curiosidad la joven.
Los tres se sentaron en la cama y la madre le explicó.
-Tu abuelo Fermín desapareció un día sin dar explicaciones. Jacinta, tu abuela, había fallecido hacía muy poquito y él se quedó muy triste. Lo más probable es que haya viajado al exterior, pero no sabemos adónde ni tampoco si aún vive. Por eso preferimos guardar sus fotos como si fueran un tesoro muy preciado.
-¿Y nunca intentaste saber de él?-le preguntó inquisitiva Marisela.
-No. En casa pensábamos que debíamos respetar su dolor y no averiguar sobre su paradero-le respondió suavemente su madre.
-Hoy cumpliría años, ¿verdad Carmen?-le preguntó Jorge.
-Sí-le respondió Carmen con nostalgia.
Jorge guardó las fotos y cerró el cajón. Los tres volvieron a la sala y se prepararon para merendar. Mientras Carmen organizaba todo en la cocina, sonó el teléfono. Jorge atendió y se quedó hablando un rato. Después de colgar se acercó a la mesa muy sonriente.
-Era el tío Carlos. Está con más tiempo libre y viene de visita con la tía Maribel.
-¡Qué bien! Hace mucho que no los vemos-respondió Marisela.
-¡Qué maravillosa noticia! Mis hermanos siempre están muy ocupados. Voy a preparar lo mejor para recibirlos-respondió Carmen eufórica.
-Vendrán a las cinco-le dijo Jorge a su esposa.
-Muy bien. Tendré más tiempo para preparar todo-le respondió Carmen muy sonriente.
Jorge y Marisela se quedaron conversando. A las cinco en punto sonó el timbre. La joven se apresuró a abrir la puerta y saludó a sus tíos. Estaba a punto de cerrar cuando vio a alguien caminar despacio hacia la casa.
-Esperen, falto yo-dijo un señor de cabello blanco y voz grave.
-No cierres, Marisela-le pidió Carlos. Es tu abuelo Fermín.

                                                                       Seudònimo : Lady Àmbar




2do. lugar
EL VESTIDITO AZÙL


Había una vez familia muy feliz que vivía en una casa de piedras verdes parecida a la de los 7 enanitos. Bailaban, cantaban, se amaban y nunca se enojaban. Pasaron unos años y  la hija menor se convirtió en una niña triste a quién le decían Triste, a pesar de ser su nombre Inés.   Tenía verdes ojitos tristes, sus ricitos negros caían tristemente sobre sus hombros mientras las manitas estaban siempre unidas sobre la falda.
          Cuando nació, su mamá enfermó por mucho tiempo, tanto tiempo que su abuelita Antonia tuvo que hacerse cargo de ella: la bañaba, le daba de comer, contaba cuentos, también la llevaba al Jardín de Infantes. Cada una tenía su propio sillón de mimbre: uno grande con un alto respaldar de tres grandes redondeles y por supuesto otro pequeño que parecía ser el hijo del primero.  Mariposas de colores volaban, unas hadas de flotantes vestidos iluminaban con sus varitas, mientras aparecían príncipes, princesas, animales gigantes. Inesita amaba tanto a su nona, que hasta llegó a olvidarse que su mamá estaba muy enferma y tenía la mesa de luz llena de remedios.
         Un día cuando la niña se despertó encontró a su madre de pie, ayudando a la abuelita Antonia a sentarse en el inmenso sillón de mimbre. Tenía la cara de un color amarillo, se quejaba. Desde ese día ya nunca más tuvo fuerzas para abrazar ni para dar ricos besos. En pocos días la vejez y los dolores acabaron con ella. Nadie explicó a Inés qué nunca más la vería, que ya no habrían tardes de cuentos,  ni bendiciones de las buenas noches. Nadie le dijo que ya no eran felices. Nadie le dijo que estaba su mamá para darle cariño.
         ¿Cuándo viene la nona?-¿Por qué ya no me lleva al jardín?-¿Por qué la comida no es tan rica como la que ella hacía?- Así eran las preguntas de Inés, hasta que un día se dio cuenta que la respuesta : “Está en el cielo”  quería decir que la abuelita ya no volvería más. Fue entonces cuando se convirtió en  la triste niña Triste. Cada vez hablaba menos, no quería jugar con sus hermanos ni con los chicos vecinos, solo quería estar sentada en el silloncito de mimbre. Todas las tardes esperaba que la nona Antonia se sentara como siempre y los cuentos fueran alegrando las tardes. Nada le llamaba la atención, no sonreía y sus ojitos siempre tenían una lagrimita asomando.
    
Tristeeeee”, gritaban los compañeros de escuela, hacían piruetas a su lado, le traían regalitos pero nada, la niña triste estaba cada vez más triste. Su mamá muy afligida, decidió hacerle los vestidos más hermosos: llenos de puntillas, bordados, lazos de sedas, flores y pájaros  pintados, le compró zapatitos de charol y los mejores juguetes. Pero Inés se volvía cada vez más rara, ni los maravillosos postres le gustaban. Un día de un verano terrible, la encontró en su cuarto mirándose en el espejo. Tenía puesto un vestidito de lana azul oscuro, de mangas largas, con unas cintas de raso pegadas en la pollera y un pequeñísimo ramillete de flores en el borde del cuello. Con casi 40 grados de calor y vestida de invierno, Inés era una mezcla de las lágrimas y transpiración.
        “¿Por qué estás vestida así? le preguntó la mamá. “Porque éste es el vestidito azul que me cosió la abuela”. Recién ahí todos se dieron cuenta que Inés, a quién le llamaban Triste  realmente estaba triste. Extrañaba tanto a su abuelita, que había decidido no volver estar feliz. Estudiaba mucho, hacía sus deberes  y luego leía, leía y leía para no tener que hablar. En la escuela pasaba lo mismo, no hablaba con sus compañeros, no salía al recreo para quedarse a dibujar, mariposas de colores, príncipes y princesas y una niña con vestidito azul.
       Pero Dios en su infinita bondad decidió que la niña Triste volviera a ser la Inesita de las risas, los juegos, las canciones y rondas compartidas con los vecinitos del barrio. Esa noche un sonriente ángel rubio, de alas de oro y vestido de seda  transparente flotó sobre la cama de la durmiente entristecida. Un suave viento perfumado a abuelita, recorrió el dormitorio. Inés despertó o tal vez siguió soñando,  la cuestión fue que vio venir volando hacia a ella al vestidito azul con las pequeñas florecitas bordadas en el cuello. Detrás del ángel, una mano arrugadita le decía “Adiós”, mientras se iban alejando. Desde ese día la niña Triste, volvió a sonreír, aprendió a abrazar y besar a su mamá, jugó con sus hermanitos y amigos, Entendió que la nona Antonia desde el cielo le mandaba los abrazos de siempre. Entendió que una familia siempre tiene que estar feliz.
         Y colorín colorado este cuento se ha terminado con todos sonrientes.

                                                                       Seudònimo :  Renacer 




3er. lugar
UN VERANO EN "LOS COCOS"



La abuela llegó acalorada pero con una sonrisa pintada en la cara. Traía en su mano los pasajes para “Los Cocos”, sierras de Córdoba. Nosotras nos contagiamos de su alegría y comenzamos a revolotear a su alrededor haciendo una ronda. Íbamos a quedarnos sólo una semana dado que la situación económica no daba  para más. La abuela afirmaba que sería suficiente, “cambiaríamos de aire”.
Para Matilde y para mí el viaje significaba días de regocijo y diversión, rodeada de las dos personas que más amábamos.
Mamá comenzó dos días previos al mismo a disponer de los bolsos. Ella ponía mucha atención a ello porque no le gustaba llevar peso demás, así que sólo colocaba lo necesario.
En una canasta pequeña llevábamos comida y bebida, porque si bien el tren tenía coche comedor, los gastos extras no eran bienvenidos.  Realmente era todo un festín ya que mi abuela Netta cocinaba de maravillas.
Partimos hacia las Sierras en el “caballo de acero” alrededor de las siete de la tarde y llegaríamos  a las nueve de la mañana. Catorce horas de magia ininterrumpida arrulladas por el vaivén del tren.
Nos habían asignado un camarote de cuatro literas. Allí, en ese universo, Matilde y yo nos preparábamos a vivir la aventura del verano.
Al partir, mamá nos había aconsejado que solo fuéramos al baño si era prioritario, dado que no confiaba con la higiene de esos servicios, así que tratamos de ni pensar en ello.
Un paisaje nocturno e inenarrable en palabras nos acompañó el resto del viaje y para entretenernos  la abuela nos contaba sus experiencias anteriores en las sierras. Estábamos intrigadísimas con el Laberinto que nos esperaba por conocer, tan famoso en boca de todos. Debo confesar que habíamos hablado con Matilde de ello, y hasta nos causaba algo de miedo. Con esas imágenes en la cabeza nos dormimos en esa inusual habitación rodante y llena de encanto.
Un grito apagado de mamá nos despertó.  En la penumbra del tren sólo iluminado por la luz nocturna de las ventanillas, vimos a la abuela parada en la puerta del camarote. Sostenía un bulto pequeño, oscuro, que no podíamos reconocer. Lo apretaba sobre su cuerpo y parecía no poder hablar.
Mamá le preguntó que estaba sucediendo,  a lo que ella contestó:
–Encontré esta  cartera en los sanitarios.
A partir de allí presenciamos la más compleja de las conversaciones que alguna vez hubiésemos   asistido.
Se llegó a la conclusión que  al amanecer se le avisaría al guarda. No era esa la hora propicia para solicitarle  una resolución sobre el tema.
En efecto, alrededor de las cinco y media, cuando despuntaba el sol, llamaron al hombre y expusieron el hallazgo. Él, sin mostrar ningún signo de sorpresa., contestó:
– ¿Usted la encontró doña?
      Sí, respondió la abuela.
– Pues entonces es suya, dijo sin alterar su voz –la dueña bajó hace varias estaciones y no dejó su nombre. La estuvo buscando aunque no  pareció importarle mucho la pérdida porque se encogió de hombros diciendo que no la afectaba, que esperaba que fuera encontrada por alguien que se la mereciera.
La abuela y mamá enmudecieron, despidiendo al hombre con un gracias murmurado. El guarda se fue perdiendo en el pasillo del tren balanceando su cuerpo al compás del movimiento de la máquina. Ese año nos quedamos un mes en las Sierras, el contenido de la cartera alargó nuestras vacaciones.

                                                        Seudònimo: Sureña





 

2 comentarios:

  1. Mis sinceras felicitaciones a los ganadores de este 5o. Concurso Internacional de Cuentos de Musarteum con estos bellos relatos de familia!

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    1. Muchas gracias, Esneda. La felicito por su labor.
      Agradezco que me hayan seleccionado nuevamente y estoy muy emocionada por haber recibido el primer premio. Este es mi primer premio en cuento, por lo tanto, la emoción es doble. Felicito a las demás ganadoras y les envío un saludo muy especial a las organizadoras. Me alegro que se encuentren bien y en actividad. Cariños.

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