Obras ganadores del 5to. Concurso Internacional de Cuentos
PUEROS IN HIBERNA
(Una familia feliz)
F E L I C I T A C I O N E S
1er. lugar
UNA FELIZ REUNIÒN FAMILIAR
Érase una vez una familia compuesta por el padre, la
madre y la hija de trece años. El nombre del padre era Jorge, el de la madre
Carmen y el de la hija Marisela. Tenían por costumbre reunirse todas las tardes
en la sala y conversar mientras miraban fotografías de la familia. Vivían en
una casa muy grande y muy bella, con muebles de madera que tenían muchos
cajones. Entre todos ellos había uno que nunca se podía abrir, porque la llave
estaba muy bien escondida. A Marisela siempre le llamó mucho la atención ese
cajón, pero nunca se atrevió a buscar la llave por temor a que sus padres la
descubrieran y se enojaran con ella.
Un día, mientras ordenaba la ropa, decidió que
intentaría encontrarla sin que sus papás se enteraran. Buscó y rebuscó por
todos lados, pero no pudo hallarla, así que, aunque nunca se había animado a
preguntarle a sus padres por el misterioso cajón, decidió que esa misma tarde
les pediría una explicación al respecto.
Como de costumbre, se reunieron en la sala a conversar,
pero esta vez, la joven interpeló a Jorge y Carmen antes de comenzar a ver las
fotos.
-Hay un cajón que nunca abrimos. ¿Tiene cosas muy
valiosas que no se pueden ver?-preguntó tímidamente.
Jorge y Carmen se quedaron mudos por un momento y se
miraron fijamente.
-Yo creo que a esta altura podrás comprenderlo
mejor-respondió con serenidad Carmen.
-También yo lo creo-dijo Jorge.
-¿Qué hay adentro del cajón? ¿Se puede ver?-preguntó
ansiosa la joven.
El padre se levantó de la silla y tomó la mano de
Marisela. Mientras los dos iban a la habitación donde se encontraba la
enigmática gaveta, la madre buscó la llave. Cuando llegó a la recámara, Carmen
abrió el cajón y ante la sorpresa de la joven, sacó unas hermosas fotografías
enmarcadas en oro y plata.
-Es tu abuelo, el padre de tu mamá-le respondió
Jorge con calidez.
-Nunca te atreviste a preguntarnos, por eso jamás lo
comentamos-dijo Carmen.
-¿Y por qué estaba tan escondido todo?-preguntó con
suma curiosidad la joven.
Los tres se sentaron en la cama y la madre le
explicó.
-Tu abuelo Fermín desapareció un día sin dar
explicaciones. Jacinta, tu abuela, había fallecido hacía muy poquito y él se
quedó muy triste. Lo más probable es que haya viajado al exterior, pero no
sabemos adónde ni tampoco si aún vive. Por eso preferimos guardar sus fotos
como si fueran un tesoro muy preciado.
-¿Y nunca intentaste saber de él?-le preguntó
inquisitiva Marisela.
-No. En casa pensábamos que debíamos respetar su
dolor y no averiguar sobre su paradero-le respondió suavemente su madre.
-Hoy cumpliría años, ¿verdad Carmen?-le preguntó
Jorge.
-Sí-le respondió Carmen con nostalgia.
Jorge guardó las fotos y cerró el cajón. Los tres
volvieron a la sala y se prepararon para merendar. Mientras Carmen organizaba
todo en la cocina, sonó el teléfono. Jorge atendió y se quedó hablando un rato.
Después de colgar se acercó a la mesa muy sonriente.
-Era el tío Carlos. Está con más tiempo libre y
viene de visita con la tía Maribel.
-¡Qué bien! Hace mucho que no los vemos-respondió
Marisela.
-¡Qué maravillosa noticia! Mis hermanos siempre
están muy ocupados. Voy a preparar lo mejor para recibirlos-respondió Carmen
eufórica.
-Vendrán a las cinco-le dijo Jorge a su esposa.
-Muy bien. Tendré más tiempo para preparar todo-le
respondió Carmen muy sonriente.
Jorge y Marisela se quedaron conversando. A las
cinco en punto sonó el timbre. La joven se apresuró a abrir la puerta y saludó
a sus tíos. Estaba a punto de cerrar cuando vio a alguien caminar despacio
hacia la casa.
-Esperen, falto yo-dijo un señor de cabello blanco y
voz grave.
-No cierres, Marisela-le pidió Carlos. Es tu abuelo
Fermín.
Seudònimo : Lady Àmbar
2do. lugar
EL VESTIDITO AZÙL
Había una vez familia muy
feliz que vivía en una casa de piedras verdes parecida a la de los 7 enanitos.
Bailaban, cantaban, se amaban y nunca se enojaban. Pasaron unos años y la hija menor se convirtió en una niña triste
a quién le decían Triste, a pesar de
ser su nombre Inés. Tenía verdes ojitos
tristes, sus ricitos negros caían tristemente sobre sus hombros mientras las
manitas estaban siempre unidas sobre la falda.
Cuando nació, su mamá enfermó por
mucho tiempo, tanto tiempo que su abuelita Antonia tuvo que hacerse cargo de
ella: la bañaba, le daba de comer, contaba cuentos, también la llevaba al
Jardín de Infantes. Cada una tenía su propio sillón de mimbre: uno grande con
un alto respaldar de tres grandes redondeles y por supuesto otro pequeño que
parecía ser el hijo del primero.
Mariposas de colores volaban, unas hadas de flotantes vestidos
iluminaban con sus varitas, mientras aparecían príncipes, princesas, animales
gigantes. Inesita amaba tanto a su nona, que hasta llegó a olvidarse que su
mamá estaba muy enferma y tenía la mesa de luz llena de remedios.
Un día cuando la niña se despertó
encontró a su madre de pie, ayudando a la abuelita Antonia a sentarse en el
inmenso sillón de mimbre. Tenía la cara de un color amarillo, se quejaba. Desde
ese día ya nunca más tuvo fuerzas para abrazar ni para dar ricos besos. En
pocos días la vejez y los dolores acabaron con ella. Nadie explicó a Inés qué
nunca más la vería, que ya no habrían tardes de cuentos, ni bendiciones de las buenas noches. Nadie le
dijo que ya no eran felices. Nadie le dijo que estaba su mamá para darle
cariño.
¿Cuándo viene la nona?-¿Por qué ya no
me lleva al jardín?-¿Por qué la comida no es tan rica como la que ella hacía?-
Así eran las preguntas de Inés, hasta que un día se dio cuenta que la respuesta
: “Está en el cielo” quería decir que la
abuelita ya no volvería más. Fue entonces cuando se convirtió en la triste niña Triste. Cada vez hablaba menos, no quería jugar con sus hermanos ni
con los chicos vecinos, solo quería estar sentada en el silloncito de mimbre.
Todas las tardes esperaba que la nona Antonia se sentara como siempre y los
cuentos fueran alegrando las tardes. Nada le llamaba la atención, no sonreía y
sus ojitos siempre tenían una lagrimita asomando.
”Tristeeeee”, gritaban los compañeros de escuela, hacían piruetas a
su lado, le traían regalitos pero nada, la niña triste estaba cada vez más
triste. Su mamá muy afligida, decidió hacerle los vestidos más hermosos: llenos
de puntillas, bordados, lazos de sedas, flores y pájaros pintados, le compró zapatitos de charol y los
mejores juguetes. Pero Inés se volvía cada vez más rara, ni los maravillosos
postres le gustaban. Un día de un verano terrible, la encontró en su cuarto
mirándose en el espejo. Tenía puesto un vestidito de lana azul oscuro, de
mangas largas, con unas cintas de raso pegadas en la pollera y un pequeñísimo
ramillete de flores en el borde del cuello. Con casi 40 grados de calor y
vestida de invierno, Inés era una mezcla de las lágrimas y transpiración.
“¿Por qué estás vestida así? le
preguntó la mamá. “Porque éste es el vestidito azul que me cosió la abuela”.
Recién ahí todos se dieron cuenta que Inés, a quién le llamaban Triste realmente estaba triste. Extrañaba tanto a su
abuelita, que había decidido no volver estar feliz. Estudiaba mucho, hacía sus
deberes y luego leía, leía y leía para
no tener que hablar. En la escuela pasaba lo mismo, no hablaba con sus compañeros,
no salía al recreo para quedarse a dibujar, mariposas de colores, príncipes y
princesas y una niña con vestidito azul.
Pero Dios en su infinita bondad decidió
que la niña Triste volviera a ser la
Inesita de las risas, los juegos, las canciones y rondas compartidas con los
vecinitos del barrio. Esa noche un sonriente ángel rubio, de alas de oro y
vestido de seda transparente flotó sobre
la cama de la durmiente entristecida. Un suave viento perfumado a abuelita,
recorrió el dormitorio. Inés despertó o tal vez siguió soñando, la cuestión fue que vio venir volando hacia a
ella al vestidito azul con las pequeñas florecitas bordadas en el cuello.
Detrás del ángel, una mano arrugadita le decía “Adiós”, mientras se iban
alejando. Desde ese día la niña Triste,
volvió a sonreír, aprendió a abrazar y besar a su mamá, jugó con sus hermanitos
y amigos, Entendió que la nona Antonia desde el cielo le mandaba los abrazos de
siempre. Entendió que una familia siempre tiene que estar feliz.
Y colorín colorado este cuento se ha
terminado con todos sonrientes.Seudònimo : Renacer
3er. lugar
UN VERANO EN "LOS COCOS"
La
abuela llegó acalorada pero con una sonrisa pintada en la cara. Traía en su
mano los pasajes para “Los Cocos”, sierras de Córdoba. Nosotras nos contagiamos
de su alegría y comenzamos a revolotear a su alrededor haciendo una ronda.
Íbamos a quedarnos sólo una semana dado que la situación económica no daba para más. La abuela afirmaba que sería
suficiente, “cambiaríamos de aire”.
Para
Matilde y para mí el viaje significaba días de regocijo y diversión, rodeada de
las dos personas que más amábamos.
Mamá
comenzó dos días previos al mismo a disponer de los bolsos. Ella ponía mucha
atención a ello porque no le gustaba llevar peso demás, así que sólo colocaba
lo necesario.
En
una canasta pequeña llevábamos comida y bebida, porque si bien el tren tenía
coche comedor, los gastos extras no eran bienvenidos. Realmente era todo un festín ya que mi abuela
Netta cocinaba de maravillas.
Partimos
hacia las Sierras en el “caballo de acero” alrededor de las siete de la tarde y
llegaríamos a las nueve de la mañana.
Catorce horas de magia ininterrumpida arrulladas por el vaivén del tren.
Nos
habían asignado un camarote de cuatro literas. Allí, en ese universo, Matilde y
yo nos preparábamos a vivir la aventura del verano.
Al
partir, mamá nos había aconsejado que solo fuéramos al baño si era prioritario,
dado que no confiaba con la higiene de esos servicios, así que tratamos de ni
pensar en ello.
Un
paisaje nocturno e inenarrable en palabras nos acompañó el resto del viaje y
para entretenernos la abuela nos contaba
sus experiencias anteriores en las sierras. Estábamos intrigadísimas con el
Laberinto que nos esperaba por conocer, tan famoso en boca de todos. Debo
confesar que habíamos hablado con Matilde de ello, y hasta nos causaba algo de
miedo. Con esas imágenes en la cabeza nos dormimos en esa inusual habitación
rodante y llena de encanto.
Un
grito apagado de mamá nos despertó. En
la penumbra del tren sólo iluminado por la luz nocturna de las ventanillas,
vimos a la abuela parada en la puerta del camarote. Sostenía un bulto pequeño,
oscuro, que no podíamos reconocer. Lo apretaba sobre su cuerpo y parecía no
poder hablar.
Mamá
le preguntó que estaba sucediendo, a lo
que ella contestó:
–Encontré
esta cartera en los sanitarios.
A
partir de allí presenciamos la más compleja de las conversaciones que alguna
vez hubiésemos asistido.
Se
llegó a la conclusión que al amanecer se
le avisaría al guarda. No era esa la hora propicia para solicitarle una resolución sobre el tema.
En
efecto, alrededor de las cinco y media, cuando despuntaba el sol, llamaron al
hombre y expusieron el hallazgo. Él, sin mostrar ningún signo de sorpresa.,
contestó:
– ¿Usted
la encontró doña?
–
Sí,
respondió la abuela.
– Pues
entonces es suya, dijo sin alterar su voz –la dueña bajó hace varias estaciones
y no dejó su nombre. La estuvo buscando aunque no pareció importarle mucho la pérdida porque se
encogió de hombros diciendo que no la afectaba, que esperaba que fuera
encontrada por alguien que se la mereciera.
La
abuela y mamá enmudecieron, despidiendo al hombre con un gracias murmurado. El
guarda se fue perdiendo en el pasillo del tren balanceando su cuerpo al compás
del movimiento de la máquina. Ese año nos quedamos un mes en las Sierras, el
contenido de la cartera alargó nuestras vacaciones.
Mis sinceras felicitaciones a los ganadores de este 5o. Concurso Internacional de Cuentos de Musarteum con estos bellos relatos de familia!
ResponderEliminarMuchas gracias, Esneda. La felicito por su labor.
EliminarAgradezco que me hayan seleccionado nuevamente y estoy muy emocionada por haber recibido el primer premio. Este es mi primer premio en cuento, por lo tanto, la emoción es doble. Felicito a las demás ganadoras y les envío un saludo muy especial a las organizadoras. Me alegro que se encuentren bien y en actividad. Cariños.