ACCENSO AUTEM MODO
Obras ganadoras
1er. Lugar
Viaje
Feliz
- ¡ Estoy afuera de tu casa! - dijo su voz en mi teléfono.
- Me reí preocupada, - Estoy a cuatro cuadras en la casa de mi
hermana-
- Ok, te espero - contestó, y su tono tierno y sereno calmó mis
ganas de de apurarme.
Salí de casa de mi hermana contenta,
tranquila y disfruté esa caminata hasta él.
Eran las cinco y media de la tarde ese viernes de fines de Marzo. Las
tardes en esos días eran sólo tibias, pero aun había a esa hora mucha luz.
Mientras caminé me abrazó la tierna calidez
de ese sol que comienza a permitir descansar del verano, y que abriga
suavemente para que no busques la sombra. El aire estaba oloroso de tierra y de
las hojas de los Eucaliptos que había en mi camino y se podía escuchar al pasar entre aquellos
arboles el crujir de sus ramas añejas, quejosas danzando de mala gana obligadas
por el viento.
Si, volvían a distinguirse los sonidos de la
naturaleza semanas antes acallados por el ruido veraniego.
A una cuadra divisé su camioneta estacionada
justo afuera de mi puerta, entonces apuré el paso hasta tenerlo frente a mi. Lo
besé y entre corriendo; mi mochila estaba lista, la tomé y salí.
Cuando entre en el vehículo y dejé mis cosas
en la parte trasera, debí hacerles
espacio; Rodrigo llevaba muchas cosas, todo cuanto podríamos
necesitar. Recordé entonces
sus palabras el día que me invitó:
-El próximo fin de semana nos arrancaremos
para estar tranquilos, para que te relajes, para que te olvides de todo, para
que estés feliz…
-¿Donde iremos?, ¿Qué haremos? – Pregunté
entusiasmada
- ¡Ah!, Es una sorpresa, tu solo lleva tus cosas, ropa
cómoda, todo lo demás lo haré yo- Me había advertido.
La mano de su madre se veía en el orden , en
la preocupación. Todo iba clasificado, limpio, oloroso. Vi cajas plásticas con
café, azúcar, tazas servilletas, pocillos llenos y vacios, jugo, carnes para
cocinar. También shampoo, toallas,
mantas de cama, una carpa y todo
cuanto podríamos necesitar. Era cierto,
yo sólo tenía que disfrutar , y ante todo aquello…sonreir agradecida.
Mientras
salíamos de Concón comencé a ver como atardecía. En la orilla del rio y en la
carretera, delante de nosotros caían algunas hojas, otras ya nos esperaban en
el camino, atentas para abrirnos el
paso. Livianas, coloridas, graciosas se arremolinaban delante de nosotros y
adornaban saltarinas un paisaje anaranjado y mas bien quieto.
Recuerdo
el agrado, ni frio ni calor, música suave, el camino que se iba transformando
ante nuestros ojos brillantes de alegría. Las luces de los autos que viajaban,
como nosotros por una carretera que bordea la costa, su sonrisa instalada en su
rostro, su mano tomando la mía entre una marcha y otra, aquellos silencios,
aquella conversación.
Teníamos
tres temas que conversar, que aclarar . Habiamos dicho que hablaríamos en el
viaje. Cada uno habló lo que pensaba, lo
que sentía, el otro escuchó atento. Expusimos nuestras diferencias, acomodamos cada cosa que
podía estar molestando, como si juntos
reubicáramos las piezas desordenadas de un puzle, hasta hacerlas coincidir perfectamente. Cada uno cedió con empatía, con
cariño. Había voluntad de encajar, de entender que el otro no es igual a ti, y
por eso perfecto, por que te complementa, por que calza con tu diferencia; como dijera el artista: “cóncavo y convexo”
La
sensación de complicidad y paz que produjo el conversar y acordar , el saber en
el otro un apoyo, un amigo, dio paso al deseo de abrazar, de -besar , de tenernos aun más cerca.
Así, tan sensibles, tan contentos nos miramos en ese camino ya obscuro y
me pareció que pensamos lo mismo.
-¿
Paremos ?- dijo en un tono pícaro de pregunta y de afirmación a la vez, su sonrisa y sus ojos me entregaran cariño y
sensualidad ; cómo negarme
-Si,
dije – paremos…
Antes
de seguir viajando, nos miramos y descubrimos en nuestros rostros la pueril
belleza que da el chocolate saboreado a escondidas a las comisuras de un niño travieso, y nos
reímos con eso. Asi en esa nube de acogedora calidez continuamos por la
carretera Cinco Norte, encontrándonos con su hermosura, su soledad y
con sus cerros contorneados por la luz del cielo. Todo era para
nosotros. El aire se colaba por la pequeña línea que dejamos abierta en las
ventanas, para respirar ese olor a mar que traía, para sentir su frescura en
nuestras mejillas sonrojadas. En medio de la calma y de la certeza del cariño
del otro, llegó la noche obscura y fría que
baja densa sobre los cerros de nuestro Norte. Ese manto negro azabache que
regala la nitidez de los astros, que permite contemplar un cielo mas cercano,
mas vasto, lleno de luces , con una luna mas clara, mas grande, casi alcanzable, tentando , haciendo creer que puedes tomarla entre tus manos, escribir en
ella tu nombre con tus dedos.
Apenas
comimos en el viaje, mientras el manejaba yo armaba con cuidado algunos sándwiches que una
vez listos yo trozaba con mis manos y ponía en su boca.
-¡Que
grato atenderlo, que fácil entregar , querer de vuelta ! –El abría su boca riendo, sin dejar de ver el
camino, recibía alegre y agradecía besando mi mano cuando limpiaba con mis
dedos las miguitas de su barba. Pero se me ocurría que aun tenia hambre
imaginaba que no podía esperar llegar a nuestro destino, para armar esa fogata
y poner a su calor la carne, abrir ese vino que venía acompañándonos y cenar a
luz de las estrellas, sentados en un tronco quizás, al lado del rio en el Valle del Elqui.
Así
estábamos unas horas después. El camino obscuro y siempre ascendente nos
pareció largo en su último trecho, pero valió la pena, encontramos un lugar
tranquilo y protegido, pero no menos
libre y natural. Bajo las frondosas ramas de los sauces había un espacio como
creado para esconderse, para escondernos.
Solo las luces de la camioneta alumbraban
nuestras manos uniendo las piezas de aquella carpita para dos. Luego lo vi
picar leña, traerla, cortar esa carne, servírmela, como si su obligación fuera
atenderme, complacerme en todo.
Abrió
nuestra botella de vino tinto, me sirvió una copa...
-Por
nosotros – dijo
-Por
nosotros- , dije y miré el cielo. La luz de las estrellas dibujaba la cima de
los enormes cerros que parecían venirse encima nuestro, había paz allí, había
amor, había silencio…
-Vamos -me invitó-
descansemos.
A
la mañana siguiente me despertó el canto de los pájaros, el sonido del agua que
corría cerca nuestro.
Jamás
me sentí como allí, en la más absoluta libertad del prejuicio, del rostro de
todos cuantos pudieran opinar, criticar, oponerse. Con la más plena sensación
de ser amada. En la compañía tan tierna de un hombre de apariencia tan ruda. En
el lugar preciso para descansar y llenarse
de energía al mismo tiempo, al canto de las aves, al canto del rio, sin
miedo, sin necesitar nada excepto seguir respirando, seguir viviendo.
Me
levanté para que mis ojos grabasen aquel momento. Salí de la carpa y respiré de pie unos pasos
mas allá, aquel aire fresco de las primeras horas de la mañana, levanté mi
rostro y vi aquel enorme cerro que la noche anterior era solo una sombra, ahora
vestido de los mas hermosos colores. La vegetación parecía un estampado
delicado en el borde de su túnica de
gala, el degradé perfecto de sus tonos llevaba la vista desde la cima seca,
teñida de amarillos y ocres, hasta aquellos trazos anaranjados y verdes, hasta
el valle, hasta donde yo estaba parada, hasta ese suelo lleno de hojas, de
piedrecillas multiformes, derramadas por doquier, hasta el rio que gentil
permitía seguirlas viendo hasta formar parte de su lecho.
Mis
pasos crujían, la brisa fresca de la mañana movía las ramas y hacía cambiarse
de lugar a los pajaritos.
Cerca,
un sonido, el de un trozo de leña quebrarse me hizo volver la vista, volver a
mi tal vez, desde esa contemplación fascinante.
El
ya hacia el fuego para nuestro desayuno. Sobre la fogata una tetera hermosa,
negra de calor, opaca y generosa, con su mango grueso, y su piquito alto y
pequeño, como diseñado y adiestrado para dejar salir cortos y vaporosos
chorritos sobre las llamas, avisando que en su interior el agua bulle lista
para ser servida.
Desde
la fogata que abrazaba enérgica a nuestra tetera de campo, subía una traslucida
columna de humo que hacia tiritar la imagen de Rodrigo parado tras ella. Me
pregunté por unos segundos si aquel
hombre alto, moreno, de brazos fuertes y barba rojiza, con su figura imponente y protectora, no sería
un genio que vino a cumplir con mis mas profundos deseos,
mientras parecía moverse producto del calor del fuego. Entonces caminé
hasta su lado, lo abracé fuerte y él a mi…
-Esta
todo listo para el desayuno señorita!- dijo- hoy recorreremos el valle, podemos
bañarnos en el rio…y en la noche iremos
a Mamalluca, y veremos las estrellas de cerca, tu y yo. ! Vamos tómate
un buen desayuno, después hay mucho que hacer ! -
El
observatorio de Mamalluca no era sólo una cúpula fría con un gran lente en su
interior, con el que puedes divisar astros inexistentes sin su aumento.
Mamalluca era un lugar místico, lejano, silencioso. Allí el cielo tenía la
misma gentil actitud del rio claro y quieto que nos permitía ver las
piedrecitas en su fondo.
Allí
el cielo parecía abrirse, destaparse, susurrar en nuestros oídos sus secretos.
Esa noche pudimos ver tres lunas en el
cielo, dos de Jupiter y la nuestra,
rodeada de infinitas estrellas, blanca, hermosa radiante.
Nosotros,
parados ante ese cielo, bajo el, estuvimos en silencio largo rato,
contemplando maravillados todo aquello.
Su
abrazo y la música celta que venia desde lejos, me hicieron querer mirarlo y
decir algo, pero el habló primero. Su tono tierno y sereno me dio paz una vez
más ..
-Quiero
estar así, contigo mucho tiempo más –dijo
-¿Así
cómo? - le pregunte, tocando su cara -
-En
esta paz, en esta complicidad, queriéndote, sabiendo que me quieres, teniéndonos
-
Entonces
sonreí feliz – lo besé y dije bajito
-Yo
también quiero…yo también quiero.
Miah Hadad
Chile
**********
2do. Lugar
Visiones
Visiones
El otoño
está instalado en mi jardín, gris, triste, sufriente y con lágrimas. No puedo caminar
ni moverme, los dolores son atroces. La difícil operación de la pierna es un
fracaso. Languidezco, auto desahuciada mientras las hojas de los árboles amarillean, caen y la depresión crece cada día
más.
Febril,
hastiada de quietud, parezco una estatua de cripta funeraria. Veo hombres sin
cabeza, enanos negros de cola larga, indígenas que me persiguen para matarme,
animales terroríficos. Cierro los ojos y siguen los espectros, los muebles
vuelan, ondulantes y gruesas serpientes me rodean hasta ahogarme. Corro, corro,
corro y nunca llego a encontrar mi hogar. Mi padre es el único que me entiende.
Me obliga a contestar sus charlas, trae libros y nunca olvida el ritual diario:
abrir las persianas para que el movimiento de las hojas del jardín me devuelva
a la vida.
Sin fe ni
esperanza, miro la ventana. El otoño está pintado de rosa.” ¡Un duraznero en flor! Mis visiones horribles ya no están. “Ahora podré mejorar y volver a ser la de
antes”. Mientras pasan los días crecen más flores y el exquisito perfume
entra en mi linfa. A nadie comento de mi nueva visión y ninguno habla del
duraznero.
Hoy decido
dejar atrás miedos y dolores, tomo mis dos muletas y me dirijo al jardín. En la
mesa del comedor está un libro con un moño de regalo. Su título “Cómo ser absolutamente feliz” me
atrapa. Me siento y lo hojeo. En la página 81 encuentro un papelito con la
letra de padre que dice ”Hija, ya estás bien”.
Resaltado con tinta amarilla fluorescente leo: “Si está deprimido ponga una planta con flores”.
Ráfaga
Argentina
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3er. Lugar
La felicidad del Otoño
Estamos contentos por nosotros por mantener el interior.
¿Por qué siempre nos involucramos?¿por qué debería demostrarlo?
Y dentro de ti sabes lo que estás haciendo...
La de cosas que pueden ayudar, lo que puede curar,
¿Se la llama cuchilla o picadura del acero?
La aniquilación de la piel significa la muerte de su alma,
pero no hay ningún lugar para correr cuando en la vida se está lleno de felicidad.
¿Qué pasa si las hojas de este otoño ven como la gente corre y goza?
¿ O son pinturas mirando desde la pared?
Mientras que la música, en silencio, se escucha entre nosotros,
en la noche, cuando la luna admira este mundo,
y el viento tirita por el frío,
que descanse en la mente de un ser humano,
una armonía indescriptible.
Tal vez nos leen página tras página,
en momentos en que nos encierran en una jaula.
Los sueños son los que más animan,
y las nubes sólo lloran sobre nuestras cargas.
Libertador, lanzando sus tesoros líquidos.
¿Qué tal la impaciencia del otoño al recibirte?
¿Y un lienzo para colorear el pintor con niebla?
¿Qué pasa si me siento detrás y dejo que las hojas caigan?
Sabes he andado tanto, mi vida es un encanto,
he tropezado, me he caído y levantado,
muchas pruebas he superado,
La de cosas que pueden ayudar, lo que puede curar,
¿Se la llama cuchilla o picadura del acero?
La aniquilación de la piel significa la muerte de su alma,
pero no hay ningún lugar para correr cuando en la vida se está lleno de felicidad.
¿Qué pasa si las hojas de este otoño ven como la gente corre y goza?
¿ O son pinturas mirando desde la pared?
Mientras que la música, en silencio, se escucha entre nosotros,
en la noche, cuando la luna admira este mundo,
y el viento tirita por el frío,
que descanse en la mente de un ser humano,
una armonía indescriptible.
Tal vez nos leen página tras página,
en momentos en que nos encierran en una jaula.
Los sueños son los que más animan,
y las nubes sólo lloran sobre nuestras cargas.
Libertador, lanzando sus tesoros líquidos.
¿Qué tal la impaciencia del otoño al recibirte?
¿Y un lienzo para colorear el pintor con niebla?
¿Qué pasa si me siento detrás y dejo que las hojas caigan?
Sabes he andado tanto, mi vida es un encanto,
he tropezado, me he caído y levantado,
muchas pruebas he superado,
y en otras tantas he volado,
he reído y llorado...
He vivido lo indecible ,
ahora quiero volar, quiero volver a soñar,
volaré en otras montañas y lo haré llena de esperanza,
pero no quiero estar sola, quiero que me acompañes
y me prestes tus alas, esas que usas cuando la alegría te desborda,
he reído y llorado...
He vivido lo indecible ,
ahora quiero volar, quiero volver a soñar,
volaré en otras montañas y lo haré llena de esperanza,
pero no quiero estar sola, quiero que me acompañes
y me prestes tus alas, esas que usas cuando la alegría te desborda,
esas que te sirven de repuesto,
esas, las de esperanza ...
Texy Cruz
España
Menciones Honrosas ...
Absolutamente felices
Abril
1970, un maravilloso día otoñal, el viento, soplaba apaciblemente despojando
las hojas de los arboles era emocionante para Víctor, Ricardo, Oliver y José pisotear la alfombra dorada. A metros de distancia su
madre los observaba a través del ventanal de la cocina, a su vez la Sra. Elvira prepara las tortas de higos, entre tanto el
sonido de la campana del portón de entrada interrumpía el juego, en una carrera
maratónica aparecieron los niños, era don Emilio Giorgio dueño de la fábrica de
tierras de colores, la meta era quien llegaba primero a abrir el portón el ganador obtenía la bolsa de caramelos de miel,
de manos del SR. además era quien tenía la misión de repartir el dulce trofeo. Poco antes de las doce como rutina se lavaban
las manos para sentarse a la mesa, el menú de ese día eran legumbres las que saboreaban hasta el último poroto en el plato, jugueteaban con el pan mordisqueándolo
en círculo el juego era quien lograba quedar con pan .La escases era abundante
en ese tiempo, su madre, les enseño a vivir feliz a pesar de toda esta
necesidad, en absoluto nada les impedía obedecer este legado que ataron a
su cuello como un collar.
A
primera hora del día alrededor de las seis de la mañana cuando Jacinto el
gallo, anunciaba el amanecer, se
escuchaban las turbinas, espontáneamente
se encendían las luces iluminando la fábrica, lentamente la chancadora comenzaba
su tronar .El día comenzaba, en ese
instante, Elvira avanzaba hacia la
puerta buscando la luz que iluminaba el pasillo que daba con la habitación. Dormían
profundamente sus cuatro tesoros, susurrándoles al oído les despertaba, con
arrumacos y estiradas de brazos uno a uno habrían los ojos, Oliver el más remolón tardaba en salir de los brazos de Morfeo. Después de tomar el desayuno
partían con los bolsones terciados rumbo
al colegio, la calle larga… camino de tierra gredoso se veía como una serpiente
alada bordeando el cerro, avanzaban con entusiasmo por el sendero la
sensación de descubrir el vuelo de un colibrí correr atrás de una
lagartija saltar las acequias los hacían
absolutamente felices.
Poco
antes de las dos volvían a casa, su madre, siempre los esperaba con la mesa
puesta por más sencilla que fuera la comida ahí estaba para servir y almorzar
junto a ellos, de seguro que harían comentarios
acusaciones bromas etc. Terminado el almuerzo salían a jugar, tenían
camiones que su papa los hacía de
desechos de madera, construían largas carreteras de piedras, puentes con
palitos, montones de tierra qué simulaban obstáculos, con sonidos guturales
ponían en marcha a los vehículos pasaban largas horas viajando donde la
fantasía los llevara no había duda de su
absoluta felicidad.
Victoria Hormazabal
Victoria Hormazabal
Chile
**********
El legado de Aiwin y
Alenguei
La tibieza del ambiente estaba
anunciando la pronta llegada de la primavera. En lo más profundo de un bosque
se erguía un roble añoso que tenía una pequeña cavidad en lo alto, lugar ideal
para que las aves hicieran su nido. Llegaron a habitarlo dos hermosos
ejemplares de lechuza bataraz o pájaro concón. Lo llamó así el habitante
natural cuando escuchó su coo, coo, coo fuerte, penetrante y llamativo. Ellos
hicieron allí su nido. De día permanecieron ocultos para que no los viera el
hombre que, con su afán depredador, había provocado la regresión del bosque
maduro donde vivían y el éxodo de las especies que allí habitaban. En esa
ocasión se pensó que el último pájaro concón había muerto.
Hacía un mes que los futuros papás
esperaban el nacimiento de sus polluelos. El poderoso grito del padre advertía
allí de su presencia a los otros machos que buscaban donde hacer su hogar. A
pesar de estar bien cobijados se sentían inquietos: continuaban temiendo al
hombre. Ambos pájaros concón desconocían que aquí sí podrían estar tranquilos,
porque los lugareños agradecían a quienes mantuvieran el equilibrio de lauchas
y ratones.
Cazador del tipo posado a la espera,
el macho era el encargado de buscar el alimento por las noches. No dejaba
dormir a los animalitos que habitaban el sotobosque, temerosos de ser parte de
la cena en cuanto se terminaran las especies favoritas. Permanecían atentos
hasta el amanecer pues ya se veían arriba, en el nido del roble. Pero los
pájaros concón nunca les hicieron daño. Eran respetuosos de su entorno y de sus
vecinos.
En el nido se sintió un picoteo
dentro del huevo más grande. Se partió el cascarón y salió de él un polluelo
blanco. El padre miró a su lechuza y no se explicaba por qué su hijo y él eran
diferentes. La mamá quedó prendada de inmediato y encontró a su pequeño muy
hermoso. También le pareció raro su plumaje y comenzó a revisarlo para buscar
alguna zona más oscura en el dorso. Era rechoncho como el padre, con las patas
amarillas y un piquito cónico. Decidió llamarlo Aiwin, porque de pájaro concón
tenía sólo la silueta. Sus hermanas nacieron después, blancas como su hermano.
Con el pasar de los días el plumaje se fue vistiendo de color café hasta
confundirse con la corteza de los árboles. La primera semana de vida tuvieron
el exclusivo cuidado de la mamá, que se quedó en el nido cubriendo bien a sus
tres retoños. Aiwin era friolento y permanecía acurrucado junto a sus hermanas.
Mientras tanto el papá buscaba comida por los contornos y llegaba siempre con algo
sabroso. Pasaron cincuenta días. Era tiempo de comenzar las lecciones de vuelo.
El primero en tomar la iniciativa fue el pequeño Aiwin. Le puso tanto empeño
que terminó enseñándole él a sus hermanas. Pero a pesar de las ansias de
libertad no se alejó de los papás hasta que cumplió tres meses. Después
partiría a los cielos lejanos para conocer el mundo exterior. Su padre le
aconsejó que se detuviera en el humedal del río Aconcagua. Allí haría amigos
entre las aves que vienen desde lejos y le contarían cosas de interés para su
travesía. Aiwin preguntó a su papá por qué las aves se reunían en ese lugar. Él
le dijo que en el humedal se sentían a salvo entre las tupidas totoras y
nenúfares que allí crecen porque soportan bien las aguas dulces y saladas y
también porque se podían refugiar de las lluvias e inundaciones del invierno.
Hizo especial hincapié su padre que debía ocultarse de los humanos que aparecen
por el lugar. Algunos son respetuosos con los pájaros que retozan. Pero hay
otros que corren para que las aves dibujen con su vuelo un bello espectáculo en
el cielo.
Teniendo presente las
recomendaciones, Aiwin se despidió de su familia y partió, con la promesa de
volver antes del invierno.
Cuando llegó al humedal encontró lo
máximo sentir el ruido del mar de fondo mientras volaba en medio de la
naturaleza. Pronto se cansó y divisó unos nenúfares para posarse. Allí estaba
Alenguei, una joven lechuza bataraz como él. Le preguntó por qué tenía ese
nombre y ella respondió que su mamá le puso así porque, cuando nació, la luz de
la luna inundaba todo el humedal.
Los padres de Alenguei lo empezaron a
mirar con desconfianza. ¿A qué familia pertenecería el forastero? Aiwin decidió
acompañar sus visitas con regalos muy apetecidos como ratones, pequeños
anfibios o insectos. Había acompañado tantas veces a su padre para buscar
alimentos que no tuvo problemas en encontrar un buen lugar para cazar. Muy
pronto le tomaron cariño y lo aceptaron como uno más de ellos. Alenguei empezó
a admirar la personalidad arrobadora de su amigo. Ella era calladita, un tanto
tímida y discreta. Los hábitos nocturnos que su familia le había enseñado no le
permitieron dejarse ver. Casi nadie la conocía pues al ponerse el sol empezaba
su actividad y durante el día dormitaba en la espesura del follaje,
confundiéndose con él.
Los dos pájaros concón se hicieron
inseparables. Un día ella le contó en secreto algo que no sabían sus padres: un
hombre le daba comida de su mano y la protegía de los otros humanos que
ensuciaban el humedal. Aiwin se quedó pensando un rato. Él había escuchado
otras cosas acerca de ellos que no eran para nada buenas.
El afán de aventura pronto hizo
partir a Aiwin. Tenía que aprovechar las noches temperadas del verano. En su
recorrido hacia el sur se dio cuenta que, por su apariencia, lo asociaban con
la mala suerte y con los espectros de la noche. ¡Y cómo, si era un pájaro
concón bueno! Pero los hombres tenían razón. Sus ojos oscuros y las pupilas
rojizas le daban un aspecto de verdad tenebroso. Esto no reflejaba como era Aiwin,
un pájaro concón amistoso, un ejemplo de lechuza bataraz. Se empeñó en
demostrar que él no daba mala suerte sino que todo lo contrario.
Cuando llegó a Chiloé logró
incorporar en la sabiduría popular que, al decir coo una sola vez, sería
presagio de buenas cosechas y mucha fortuna. Y cuando estuvo en la costa de
Arauco detectó a los rateros con intenciones de robar animales domésticos. Se
le ocurrió imitar el cacareo, mugido, relincho o balido, señalando el animal
que iba a ser sustraído. Así sirvió de alarma y la comunidad le aumentaba cada
noche la ración de granos e insectos para que se alimentara sin ser visto.
Dos meses estuvo aprendiendo algo de
los humanos y ya no le caían tan mal. La llegada del frío le hizo recordar la
promesa que había hecho a sus padres de regresar antes que comenzara el
invierno. Pero también quiso volver porque extrañaba a Alenguei.
Y así fue como emprendió el vuelo
hacia el humedal, pensando en el trayecto preguntar a su lechucita si le
gustaría formar con él una familia. La respuesta de Alenguei fue afirmativa. Si
lo había empezado a querer desde el momento en que lo conoció. Pidieron
entonces a sus padres el debido consentimiento para vivir en un lugar de Concón
que el hombre amigo nombró Coelemu.
Han pasado treinta años. Me contaron
lugareños que una noche el plenilunio iluminó como nunca el bosque de lechuzas.
Alcanzaron a distinguir en lo más alto de un viejo roble la silueta de dos
pájaros concón, abrazados: eran Alenguei y Aiwin, que contemplaban en absoluta
felicidad el santuario que cobijó a una gran cantidad de pájaros concón como
ellos, evitando que desaparecieran para siempre.
Luigi
Netti
Chile
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Contigo diluida y embriagante
No
estaba viendo la noche con buenos ojos.
Una yerta serenidad producto del tedio y del hastío me impulsaba a mirar
la gente, toda esa gente en baraúnda,
toda esa baraúnda de gente, de colores, de sonrisas, de bullicio, de música y de galerías repletas, como un
espectador sin participación.
Una
estrella alegre, amante clandestina de Cupido y consejera de Venus, vino por mí
y me llevó entre gentes, escaleras, graderías; me llevó allí donde encontré la
sonrisa, era mía esa sonrisa, luego encontré el rostro donde estaba. No me había equivocado: Era mía esa
sonrisa. Eras tú, con tus pequeños
pechos y tú tan ser mujer.
Ahora
sonreía, pero no a la noche, no a la música, no a la gente, no al bullicio ni
al espontáneo que bailaba; sonreía a tu sonrisa creciendo en mi pecho, a tus
ojos de hechicera antigua y antiguamente pícaros.
Encontré
también tu piel… ¿Suave? No me preguntes
porque eso no lo explico, eso lo sentí, lo encontré, lo disfruté: Será… quizás…
como un simple posar de tus delicados labios, como una ternura que descubrían
mis dedos… Si suave significa eso… sí,
era suave.
Nuestros
cuerpos meciéndose, más al compas del uno y del otro que de la música; un
cuerpo vibrando con otro, otro cuerpo vibrando con uno; cuando tu suspiro
comienza a convertirse en gemido, placentero gemido de ilusión, cuerpo y
fantasía.
Tu
voz se encaramaba sobre la música, cabalgando sobre las notas me llegaban tus
alegrías, tus lamentos, tus conceptos y… entonces me encaraste: ¿Economía
política? Entre hoyuelo y hoyuelo una
sonrisa se escapaba, entre Nikitín y
China, entre Chile y Capital tu voz se metía dentro de las copas y se diluía en
el trago. ¿Qué más embriaguez
querría? Solo dos más, dos embriagueces
más aventuró el pensamiento, dos embriagueces más: La tuya y la mía.
Por
ti, mujer que piensas y sabes pensar; por ti alzo la copa y me tomo este trago
contigo diluida y embriagante. Así, te
quedas en mi cuerpo.
Por
ti, mujer que piensas y sabes pensar.
Eliseo Aval
Colombia
F E L I C I D A D E S
El nombre del autor de "Contigo diluida y embriagante" es EDUARDO RAFAEL BERDUGO CUENTAS; aquí lo publicaron con su seudónimo Eliseo Aval.
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