miércoles, 25 de junio de 2014

1er. Concurso Internacional de microrelatos ACCENSO AUTEM MODO (obras)

ACCENSO AUTEM MODO
Obras ganadoras



1er. Lugar
Viaje Feliz


- ¡ Estoy afuera de tu casa! -  dijo su voz en mi teléfono.
- Me reí preocupada,  - Estoy a cuatro cuadras en la casa de mi hermana-
- Ok, te espero -  contestó, y su tono tierno y sereno calmó mis ganas de de apurarme.
Salí de casa de mi hermana contenta, tranquila y disfruté esa caminata hasta él.  Eran las cinco y media de la tarde ese viernes de fines de Marzo. Las tardes en esos días eran sólo tibias, pero aun había a esa hora mucha luz.
Mientras caminé me abrazó la tierna calidez de ese sol que comienza a permitir descansar del verano, y que abriga suavemente para que no busques la sombra. El aire estaba oloroso de tierra y de las hojas de los Eucaliptos que había en mi camino  y se podía escuchar al pasar entre aquellos arboles el crujir de sus ramas añejas, quejosas danzando de mala gana obligadas por el viento.
Si, volvían a distinguirse los sonidos de la naturaleza semanas antes acallados por el ruido veraniego.
A una cuadra divisé su camioneta estacionada justo afuera de mi puerta, entonces apuré el paso hasta tenerlo frente a mi. Lo besé y entre corriendo; mi mochila estaba lista, la tomé y salí.
Cuando entre en el vehículo y dejé mis cosas en la parte trasera,  debí hacerles espacio;  Rodrigo  llevaba muchas cosas, todo cuanto podríamos necesitar.  Recordé  entonces  sus palabras el día que me invitó:
-El próximo fin de semana nos arrancaremos para estar tranquilos, para que te relajes, para que te olvides de todo, para que estés feliz…
-¿Donde iremos?, ¿Qué haremos? – Pregunté entusiasmada
- ¡Ah!,  Es una sorpresa, tu solo lleva tus cosas, ropa cómoda, todo lo demás lo haré yo- Me había advertido.
La mano de su madre se veía en el orden , en la preocupación. Todo iba clasificado, limpio, oloroso. Vi cajas plásticas con café, azúcar, tazas servilletas, pocillos llenos y vacios, jugo, carnes para cocinar. También shampoo, toallas,  mantas de cama,  una carpa y todo cuanto podríamos necesitar.   Era cierto, yo sólo tenía que disfrutar , y ante todo aquello…sonreir agradecida.
Mientras salíamos de Concón comencé a ver como atardecía. En la orilla del rio y en la carretera, delante de nosotros caían algunas hojas, otras ya nos esperaban en el camino, atentas  para abrirnos el paso. Livianas, coloridas, graciosas se arremolinaban delante de nosotros y adornaban saltarinas un paisaje anaranjado y mas bien quieto.
Recuerdo el agrado, ni frio ni calor, música suave, el camino que se iba transformando ante nuestros ojos brillantes de alegría. Las luces de los autos que viajaban, como nosotros por una carretera que bordea la costa, su sonrisa instalada en su rostro, su mano tomando la mía entre una marcha y otra, aquellos silencios, aquella conversación.
Teníamos tres temas que conversar, que aclarar . Habiamos dicho que hablaríamos en el viaje. Cada uno habló lo que pensaba,  lo que sentía, el otro escuchó atento. Expusimos  nuestras diferencias, acomodamos cada cosa que podía  estar molestando, como si juntos reubicáramos las piezas desordenadas de un puzle, hasta hacerlas coincidir  perfectamente. Cada uno cedió con empatía, con cariño. Había voluntad de encajar, de entender que el otro no es igual a ti, y por eso perfecto, por que te complementa, por que calza con tu diferencia;  como dijera el artista: “cóncavo y convexo”
La sensación de complicidad y paz que produjo el conversar y acordar , el saber en el otro un apoyo, un amigo, dio paso al deseo de abrazar,  de -besar , de tenernos  aun más cerca.  Así, tan sensibles, tan contentos nos miramos en ese camino ya obscuro y me pareció que pensamos lo mismo.
-¿ Paremos ?- dijo en un tono pícaro de pregunta y de afirmación a la vez,  su sonrisa y sus ojos me entregaran cariño y sensualidad ; cómo negarme
-Si, dije – paremos…
Antes de seguir viajando, nos miramos y descubrimos en nuestros rostros la pueril belleza que da el chocolate saboreado a escondidas  a las comisuras de un niño travieso, y nos reímos con eso. Asi en esa nube de acogedora calidez continuamos por la carretera Cinco Norte, encontrándonos con su hermosura,  su soledad y  con sus cerros contorneados por la luz del cielo. Todo era para nosotros. El aire se colaba por la pequeña línea que dejamos abierta en las ventanas, para respirar ese olor a mar que traía, para sentir su frescura en nuestras mejillas sonrojadas. En medio de la calma y de la certeza del cariño del otro, llegó  la noche obscura y fría que baja densa sobre los cerros de nuestro Norte. Ese manto negro azabache que regala la nitidez de los astros, que permite contemplar un cielo mas cercano, mas vasto, lleno de luces , con una luna mas  clara, mas grande, casi  alcanzable, tentando , haciendo creer que  puedes tomarla entre tus manos, escribir en ella tu nombre con tus dedos.
Apenas comimos en el viaje, mientras el manejaba  yo armaba con cuidado algunos sándwiches que una vez listos yo trozaba con mis manos y ponía en su  boca.
-¡Que grato atenderlo, que fácil entregar , querer de vuelta ! –El  abría su boca riendo, sin dejar de ver el camino, recibía alegre y agradecía besando mi mano cuando limpiaba con mis dedos las miguitas de su barba. Pero se me ocurría que aun tenia hambre imaginaba que no podía esperar llegar a nuestro destino, para armar esa fogata y poner a su calor la carne, abrir ese vino que venía acompañándonos y cenar a luz de las estrellas, sentados en un tronco quizás,  al lado del rio en el Valle del Elqui.
Así estábamos unas horas después. El camino obscuro y siempre ascendente nos pareció largo en su último trecho, pero valió la pena, encontramos un lugar tranquilo y  protegido, pero no menos libre y natural. Bajo las frondosas ramas de los sauces había un espacio como creado para esconderse, para escondernos.
 Solo las luces de la camioneta alumbraban nuestras manos uniendo las piezas de aquella carpita para dos. Luego lo vi picar leña, traerla, cortar esa carne, servírmela, como si su obligación fuera atenderme, complacerme en todo.
Abrió nuestra botella de vino tinto, me sirvió una copa...
-Por nosotros – dijo
-Por nosotros- , dije y miré el cielo. La luz de las estrellas dibujaba la cima de los enormes cerros que parecían venirse encima nuestro, había paz allí, había amor, había silencio…
-Vamos  -me invitó-  descansemos.
A la mañana siguiente me despertó el canto de los pájaros, el sonido del agua que corría cerca nuestro.
Jamás me sentí como allí, en la más absoluta libertad del prejuicio, del rostro de todos cuantos pudieran opinar, criticar, oponerse. Con la más plena sensación de ser amada. En la compañía tan tierna de un hombre de apariencia tan ruda. En el lugar preciso  para descansar y  llenarse  de energía al mismo tiempo, al canto de las aves, al canto del rio, sin miedo, sin necesitar nada excepto seguir respirando, seguir viviendo.
Me levanté para que mis ojos grabasen aquel momento.  Salí de la carpa y respiré de pie unos pasos mas allá, aquel aire fresco de las primeras horas de la mañana, levanté mi rostro y vi aquel enorme cerro que la noche anterior era solo una sombra, ahora vestido de los mas hermosos colores. La vegetación parecía un estampado delicado en el borde  de su túnica de gala, el degradé perfecto de sus tonos llevaba la vista desde la cima seca, teñida de amarillos y ocres, hasta aquellos trazos anaranjados y verdes, hasta el valle, hasta donde yo estaba parada, hasta ese suelo lleno de hojas, de piedrecillas multiformes, derramadas por doquier, hasta el rio que gentil permitía seguirlas viendo hasta formar parte de su lecho.
Mis pasos crujían, la brisa fresca de la mañana movía las ramas y hacía cambiarse de lugar a los pajaritos.
Cerca, un sonido, el de un trozo de leña quebrarse me hizo volver la vista, volver a mi tal vez, desde esa contemplación fascinante.
El ya hacia el fuego para nuestro desayuno. Sobre la fogata una tetera hermosa, negra de calor, opaca y generosa, con su mango grueso, y su piquito alto y pequeño, como diseñado y adiestrado para dejar salir cortos y vaporosos chorritos sobre las llamas, avisando que en su interior el agua bulle lista para ser servida.
Desde la fogata que abrazaba enérgica a nuestra tetera de campo, subía una traslucida columna de humo que hacia tiritar la imagen de Rodrigo parado tras ella. Me pregunté por unos segundos  si aquel hombre alto, moreno, de brazos fuertes y barba rojiza,  con su figura imponente y protectora, no sería un genio que vino a cumplir con mis mas profundos  deseos,  mientras parecía moverse producto del calor del fuego. Entonces caminé hasta su lado, lo abracé fuerte y él a mi…
-Esta todo listo para el desayuno señorita!- dijo- hoy recorreremos el valle, podemos bañarnos en el rio…y en la noche iremos  a Mamalluca, y veremos las estrellas de cerca, tu y yo. ! Vamos tómate un buen desayuno, después hay mucho que hacer ! -
El observatorio de Mamalluca no era sólo una cúpula fría con un gran lente en su interior, con el que puedes divisar astros inexistentes sin su aumento. Mamalluca era un lugar místico, lejano, silencioso. Allí el cielo tenía la misma gentil actitud del rio claro y quieto que nos permitía ver las piedrecitas en su fondo.
Allí el cielo parecía abrirse, destaparse, susurrar en nuestros oídos sus secretos. Esa noche pudimos  ver tres lunas en el cielo,  dos de Jupiter y la nuestra, rodeada de infinitas estrellas, blanca, hermosa radiante.
Nosotros,  parados ante ese cielo, bajo  el, estuvimos en silencio largo rato, contemplando maravillados todo aquello.
Su abrazo y la música celta que venia desde lejos, me hicieron querer mirarlo y decir algo, pero el habló primero. Su tono tierno y sereno me dio paz una vez más ..
-Quiero estar así, contigo mucho tiempo más –dijo
-¿Así cómo? - le pregunte, tocando su cara -
-En esta paz, en esta complicidad, queriéndote, sabiendo que me quieres, teniéndonos -
Entonces sonreí feliz – lo besé y dije bajito
-Yo también quiero…yo también quiero.
                                                                                            
                                                                                              Miah Hadad
                                                                                                   Chile 

********** 
   

2do. Lugar 
Visiones


      El otoño está instalado en mi jardín, gris, triste, sufriente y con lágrimas. No puedo caminar ni moverme, los dolores son atroces. La difícil operación de la pierna es un fracaso. Languidezco, auto desahuciada mientras las  hojas de los árboles  amarillean, caen y la depresión crece cada día más.
       Febril, hastiada de quietud, parezco una estatua de cripta funeraria. Veo hombres sin cabeza, enanos negros de cola larga, indígenas que me persiguen para matarme, animales terroríficos. Cierro los ojos y siguen los espectros, los muebles vuelan, ondulantes y gruesas serpientes me rodean hasta ahogarme. Corro, corro, corro y nunca llego a encontrar mi hogar. Mi padre es el único que me entiende. Me obliga a contestar sus charlas, trae libros y nunca olvida el ritual diario: abrir las persianas para que el movimiento de las hojas del jardín me devuelva a la vida.
      Sin fe ni esperanza, miro la ventana. El otoño está pintado de rosa.” ¡Un duraznero en flor! Mis visiones horribles ya no están. “Ahora podré mejorar y volver a ser la de antes”. Mientras pasan los días crecen más flores y el exquisito perfume entra en mi linfa. A nadie comento de mi nueva visión y ninguno habla del duraznero.
     Hoy decido dejar atrás miedos y dolores, tomo mis dos muletas y me dirijo al jardín. En la mesa del comedor está un libro con un moño de regalo. Su título “Cómo ser absolutamente feliz” me atrapa. Me siento y lo hojeo. En la página 81 encuentro un papelito con la letra de padre que dice ”Hija, ya estás bien”. Resaltado con tinta amarilla fluorescente leo: “Si está deprimido ponga una planta con flores”.

                                                                                       Ráfaga
                                                                                     Argentina

**********


3er. Lugar
La felicidad del Otoño

Estamos contentos por nosotros por mantener el interior.
¿Por qué siempre nos involucramos?¿por qué debería demostrarlo?
Y dentro de ti sabes lo que estás haciendo...
La de cosas que pueden ayudar, lo que puede curar,
¿Se la llama cuchilla o picadura del acero?
La aniquilación de la piel significa la muerte de su alma,
pero no hay ningún lugar para correr cuando en la vida se está lleno de felicidad.
¿Qué pasa si las hojas de este otoño ven como la gente corre y goza?
¿ O son pinturas mirando desde la pared?
Mientras que la música, en silencio, se escucha entre nosotros,
en la noche, cuando la luna admira este mundo,
y el viento tirita por el frío,
que descanse en la mente de un ser humano,
una armonía indescriptible.
Tal vez nos leen página tras página,
en momentos en que nos encierran en una jaula.
Los sueños son los que más animan,
y las nubes sólo lloran sobre nuestras cargas.
Libertador, lanzando sus tesoros líquidos.
¿Qué tal la impaciencia del otoño al recibirte?
¿Y un lienzo para colorear el pintor con niebla?
¿Qué pasa si me siento detrás y dejo que las hojas caigan?
Sabes he andado tanto, mi vida es un encanto,
he tropezado, me he caído y levantado,
muchas pruebas he superado,
y en otras tantas  he volado,
he reído y llorado...
He vivido lo indecible ,
ahora quiero volar, quiero volver a soñar,
volaré en otras montañas y lo haré llena de esperanza,
pero no quiero estar sola, quiero que me acompañes
y me prestes tus alas, esas que usas cuando la alegría te desborda,
esas que te sirven de repuesto,
esas, las de esperanza ...

                                                                    Texy Cruz
                                                                      España
 




Menciones Honrosas ...



Absolutamente felices

Abril 1970, un maravilloso día otoñal, el viento, soplaba apaciblemente despojando las hojas de los arboles era emocionante para Víctor, Ricardo, Oliver y José   pisotear la  alfombra dorada. A metros de distancia su madre los observaba a través del ventanal de la cocina,  a su vez la Sra. Elvira  prepara las tortas de higos, entre tanto el sonido de la campana del portón de entrada interrumpía el juego, en una carrera maratónica aparecieron los niños, era don Emilio Giorgio dueño de la fábrica de tierras de colores, la meta era quien llegaba primero a abrir el portón  el ganador obtenía la bolsa de caramelos de miel, de manos del SR. además era quien tenía la misión de repartir el dulce trofeo.  Poco antes de las doce como rutina se lavaban las manos para sentarse a la mesa, el menú de ese día eran  legumbres las  que saboreaban hasta el último poroto en el  plato, jugueteaban con el pan mordisqueándolo en círculo el juego era quien lograba quedar con pan .La escases era abundante en ese tiempo, su madre, les enseño a vivir feliz a pesar de toda esta necesidad,  en absoluto nada  les impedía obedecer este legado que ataron a su cuello como un collar.
A primera hora del día alrededor de las seis de la mañana cuando Jacinto el gallo, anunciaba el amanecer,  se escuchaban las turbinas,  espontáneamente se encendían las luces iluminando la fábrica, lentamente la chancadora comenzaba su tronar .El día comenzaba,  en ese instante, Elvira  avanzaba hacia la puerta buscando la luz que iluminaba el pasillo que daba con la habitación. Dormían profundamente sus cuatro tesoros, susurrándoles al oído les despertaba, con arrumacos y estiradas de brazos uno a uno habrían los ojos, Oliver  el más remolón  tardaba en salir de  los brazos de Morfeo. Después de tomar el desayuno partían  con los bolsones terciados rumbo al colegio, la calle larga… camino de tierra gredoso se veía como una serpiente alada bordeando el cerro, avanzaban con entusiasmo por el sendero   la sensación de descubrir el vuelo de un colibrí correr atrás de una lagartija  saltar las acequias los hacían  absolutamente felices.
Poco antes de las dos volvían a casa, su madre, siempre los esperaba con la mesa puesta por más sencilla que fuera la comida ahí estaba para servir y almorzar junto a ellos, de seguro que harían comentarios  acusaciones bromas etc. Terminado el almuerzo salían a jugar, tenían camiones  que su papa los hacía de desechos de madera, construían largas carreteras de piedras, puentes con palitos, montones de tierra qué simulaban obstáculos, con sonidos guturales ponían en marcha a los vehículos   pasaban largas horas viajando donde la fantasía los llevara  no había duda de su absoluta felicidad.

                                                                  Victoria Hormazabal
                                                                             Chile

**********
      
              El legado de Aiwin y Alenguei

La tibieza del ambiente estaba anunciando la pronta llegada de la primavera. En lo más profundo de un bosque se erguía un roble añoso que tenía una pequeña cavidad en lo alto, lugar ideal para que las aves hicieran su nido. Llegaron a habitarlo dos hermosos ejemplares de lechuza bataraz o pájaro concón. Lo llamó así el habitante natural cuando escuchó su coo, coo, coo fuerte, penetrante y llamativo. Ellos hicieron allí su nido. De día permanecieron ocultos para que no los viera el hombre que, con su afán depredador, había provocado la regresión del bosque maduro donde vivían y el éxodo de las especies que allí habitaban. En esa ocasión se pensó que el último pájaro concón había muerto.
Hacía un mes que los futuros papás esperaban el nacimiento de sus polluelos. El poderoso grito del padre advertía allí de su presencia a los otros machos que buscaban donde hacer su hogar. A pesar de estar bien cobijados se sentían inquietos: continuaban temiendo al hombre. Ambos pájaros concón desconocían que aquí sí podrían estar tranquilos, porque los lugareños agradecían a quienes mantuvieran el equilibrio de lauchas y ratones.
Cazador del tipo posado a la espera, el macho era el encargado de buscar el alimento por las noches. No dejaba dormir a los animalitos que habitaban el sotobosque, temerosos de ser parte de la cena en cuanto se terminaran las especies favoritas. Permanecían atentos hasta el amanecer pues ya se veían arriba, en el nido del roble. Pero los pájaros concón nunca les hicieron daño. Eran respetuosos de su entorno y de sus vecinos.
En el nido se sintió un picoteo dentro del huevo más grande. Se partió el cascarón y salió de él un polluelo blanco. El padre miró a su lechuza y no se explicaba por qué su hijo y él eran diferentes. La mamá quedó prendada de inmediato y encontró a su pequeño muy hermoso. También le pareció raro su plumaje y comenzó a revisarlo para buscar alguna zona más oscura en el dorso. Era rechoncho como el padre, con las patas amarillas y un piquito cónico. Decidió llamarlo Aiwin, porque de pájaro concón tenía sólo la silueta. Sus hermanas nacieron después, blancas como su hermano. Con el pasar de los días el plumaje se fue vistiendo de color café hasta confundirse con la corteza de los árboles. La primera semana de vida tuvieron el exclusivo cuidado de la mamá, que se quedó en el nido cubriendo bien a sus tres retoños. Aiwin era friolento y permanecía acurrucado junto a sus hermanas. Mientras tanto el papá buscaba comida por los contornos y llegaba siempre con algo sabroso. Pasaron cincuenta días. Era tiempo de comenzar las lecciones de vuelo. El primero en tomar la iniciativa fue el pequeño Aiwin. Le puso tanto empeño que terminó enseñándole él a sus hermanas. Pero a pesar de las ansias de libertad no se alejó de los papás hasta que cumplió tres meses. Después partiría a los cielos lejanos para conocer el mundo exterior. Su padre le aconsejó que se detuviera en el humedal del río Aconcagua. Allí haría amigos entre las aves que vienen desde lejos y le contarían cosas de interés para su travesía. Aiwin preguntó a su papá por qué las aves se reunían en ese lugar. Él le dijo que en el humedal se sentían a salvo entre las tupidas totoras y nenúfares que allí crecen porque soportan bien las aguas dulces y saladas y también porque se podían refugiar de las lluvias e inundaciones del invierno. Hizo especial hincapié su padre que debía ocultarse de los humanos que aparecen por el lugar. Algunos son respetuosos con los pájaros que retozan. Pero hay otros que corren para que las aves dibujen con su vuelo un bello espectáculo en el cielo.
Teniendo presente las recomendaciones, Aiwin se despidió de su familia y partió, con la promesa de volver antes del invierno.
Cuando llegó al humedal encontró lo máximo sentir el ruido del mar de fondo mientras volaba en medio de la naturaleza. Pronto se cansó y divisó unos nenúfares para posarse. Allí estaba Alenguei, una joven lechuza bataraz como él. Le preguntó por qué tenía ese nombre y ella respondió que su mamá le puso así porque, cuando nació, la luz de la luna inundaba todo el humedal.
Los padres de Alenguei lo empezaron a mirar con desconfianza. ¿A qué familia pertenecería el forastero? Aiwin decidió acompañar sus visitas con regalos muy apetecidos como ratones, pequeños anfibios o insectos. Había acompañado tantas veces a su padre para buscar alimentos que no tuvo problemas en encontrar un buen lugar para cazar. Muy pronto le tomaron cariño y lo aceptaron como uno más de ellos. Alenguei empezó a admirar la personalidad arrobadora de su amigo. Ella era calladita, un tanto tímida y discreta. Los hábitos nocturnos que su familia le había enseñado no le permitieron dejarse ver. Casi nadie la conocía pues al ponerse el sol empezaba su actividad y durante el día dormitaba en la espesura del follaje, confundiéndose con él.
Los dos pájaros concón se hicieron inseparables. Un día ella le contó en secreto algo que no sabían sus padres: un hombre le daba comida de su mano y la protegía de los otros humanos que ensuciaban el humedal. Aiwin se quedó pensando un rato. Él había escuchado otras cosas acerca de ellos que no eran para nada buenas.
El afán de aventura pronto hizo partir a Aiwin. Tenía que aprovechar las noches temperadas del verano. En su recorrido hacia el sur se dio cuenta que, por su apariencia, lo asociaban con la mala suerte y con los espectros de la noche. ¡Y cómo, si era un pájaro concón bueno! Pero los hombres tenían razón. Sus ojos oscuros y las pupilas rojizas le daban un aspecto de verdad tenebroso. Esto no reflejaba como era Aiwin, un pájaro concón amistoso, un ejemplo de lechuza bataraz. Se empeñó en demostrar que él no daba mala suerte sino que todo lo contrario.
Cuando llegó a Chiloé logró incorporar en la sabiduría popular que, al decir coo una sola vez, sería presagio de buenas cosechas y mucha fortuna. Y cuando estuvo en la costa de Arauco detectó a los rateros con intenciones de robar animales domésticos. Se le ocurrió imitar el cacareo, mugido, relincho o balido, señalando el animal que iba a ser sustraído. Así sirvió de alarma y la comunidad le aumentaba cada noche la ración de granos e insectos para que se alimentara sin ser visto.
Dos meses estuvo aprendiendo algo de los humanos y ya no le caían tan mal. La llegada del frío le hizo recordar la promesa que había hecho a sus padres de regresar antes que comenzara el invierno. Pero también quiso volver porque extrañaba a Alenguei.
Y así fue como emprendió el vuelo hacia el humedal, pensando en el trayecto preguntar a su lechucita si le gustaría formar con él una familia. La respuesta de Alenguei fue afirmativa. Si lo había empezado a querer desde el momento en que lo conoció. Pidieron entonces a sus padres el debido consentimiento para vivir en un lugar de Concón que el hombre amigo nombró Coelemu.
Han pasado treinta años. Me contaron lugareños que una noche el plenilunio iluminó como nunca el bosque de lechuzas. Alcanzaron a distinguir en lo más alto de un viejo roble la silueta de dos pájaros concón, abrazados: eran Alenguei y Aiwin, que contemplaban en absoluta felicidad el santuario que cobijó a una gran cantidad de pájaros concón como ellos, evitando que desaparecieran para siempre.

                                                                                   Luigi Netti
                                                                                       Chile

********** 
     
Contigo diluida y embriagante
                                                                         
No estaba viendo la noche con buenos ojos.  Una yerta serenidad producto del tedio y del hastío me impulsaba a mirar la gente, toda esa gente en baraúnda,  toda esa baraúnda de gente, de colores, de sonrisas, de bullicio,  de música y de galerías repletas, como un espectador sin participación.
Una estrella alegre, amante clandestina de Cupido y consejera de Venus, vino por mí y me llevó entre gentes, escaleras, graderías; me llevó allí donde encontré la sonrisa, era mía esa sonrisa, luego encontré el rostro donde estaba.  No me había equivocado: Era mía esa sonrisa.  Eras tú, con tus pequeños pechos y tú tan ser mujer.
Ahora sonreía, pero no a la noche, no a la música, no a la gente, no al bullicio ni al espontáneo que bailaba; sonreía a tu sonrisa creciendo en mi pecho, a tus ojos de hechicera antigua y antiguamente pícaros.
Encontré también tu piel… ¿Suave?  No me preguntes porque eso no lo explico, eso lo sentí, lo encontré, lo disfruté: Será… quizás… como un simple posar de tus delicados labios, como una ternura que descubrían mis dedos… Si suave  significa eso… sí, era suave.
Nuestros cuerpos meciéndose, más al compas del uno y del otro que de la música; un cuerpo vibrando con otro, otro cuerpo vibrando con uno; cuando tu suspiro comienza a convertirse en gemido, placentero gemido de ilusión, cuerpo y fantasía.
Tu voz se encaramaba sobre la música, cabalgando sobre las notas me llegaban tus alegrías, tus lamentos, tus conceptos y… entonces me encaraste: ¿Economía política?  Entre hoyuelo y hoyuelo una sonrisa se escapaba, entre  Nikitín y China, entre Chile y Capital tu voz se metía dentro de las copas y se diluía en el trago.  ¿Qué más embriaguez querría?  Solo dos más, dos embriagueces más aventuró el pensamiento, dos embriagueces más: La tuya y la mía.
Por ti, mujer que piensas y sabes pensar; por ti alzo la copa y me tomo este trago contigo diluida y embriagante.  Así, te quedas en mi cuerpo.
Por ti, mujer que piensas y sabes pensar.

                                                                     Eliseo Aval
                                                                      Colombia  


F E L I C I D A D E S    


 






1 comentario:

  1. El nombre del autor de "Contigo diluida y embriagante" es EDUARDO RAFAEL BERDUGO CUENTAS; aquí lo publicaron con su seudónimo Eliseo Aval.

    ResponderEliminar